Cada día me muerdo la lengua. Me
esfuerzo por encontrar algún comentario que justifique el hecho de
cruzar palabras contigo para, una vez hallada, guardarla en lo más
profundo de mi alma. Allá donde mire veo parejas tan cercanas, y tú,
situado a la misma distancia me resultas tan distante. Me esfuerzo
por convencerme de que se trata solo de un capricho pasajero, y quién
sabe si quizá lo sea, pero no encuentro pruebas científicas con las
que contrastar mi hipótesis.
Innumerables son las ocasiones en las
que fantaseo con un simple intercambio de miradas, una señal que me
haga saber que no soy invisible, unas palabras de cortesía que
indiquen que has reparado en mi presencia. Sin embargo, cada día me
reprendo a mí misma por esperanzarme en la atención de un tercero,
en ser tan insignificante como para desear el simple contacto que
siempre rehuyo; me hallo en una encrucijada, en una disonancia entre
mi yo real y el futuro inmediato que idealizo en mi mente. A veces me
gustaría poder derribar el muro con el que cerqué mi castillo hace
tiempo, en el que no soy la princesa, sino mi propio verdugo.
He leído tanto, he visto tanto, y sin
embargo, mis pasadas experiencias me hacen pensar que sólo es una
ilusión demasiado perfecta, de una vida irreal, inalcanzable. Aquí
sigo, querido y cruel angelito cupido, esperando que por una vez tu
errada flecha de en el centro de la diana correcta.