viernes, 9 de noviembre de 2012

El perfume de la lluvia


Me gusta la lluvia. Es indescriptible la sensación de embriaguez que evoca en mí el rítmico golpeteo de la lluvia sobre el cristal, ese hipnótico susurro de una dulce voz que acompaña a las gotas durante su carrera por el cristal empañado, como gotas abriéndose paso a través de un cabello mojado, dejando surcos en su recorrido como los que forman miles de lágrimas sobre una gélida mejilla. Miro el cielo encapotado, sereno y gris, pálido como unos ojos que febriles brillan y te impactan cual fulgor de un relámpago cuando te observan atentamente. Truenos, que ensordecen a intervalos igual que un corazón apasionado. Ansío caminar bajo el aguacero, sintiendo cómo las gotas se deslizan por mi pelo, por mis mejillas, rozan mi piel con sus tersas y suaves manos. Entonces aspiro ese aroma taciturno que me hace recordar una mueca enmarcada por un rostro celestial, una sonrisa de ángel que espera acabe pronto la tormenta para lucir sus límpidas alas blancas.


Quizá algún día olvide mi paraguas y me empape sin miedo con ese agua milagrosa que auguro calmará mi alma impaciente. Mientras tanto: que llueva, que llueva.



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