lunes, 13 de mayo de 2013

Bueno para el corazón ser ingenuo; para la mente no serlo

     Habían pasado dos días geniales; aprovecharon al máximo ese pequeño respiro que les habían dado las clases. El día anterior disfrutaron como niñas pequeñas en la playa, volvieron a revivir su infancia, y ese mismo día se habían desgañitado cantando durante cinco horas seguidas al Sing Star con sus compañeras. Apenas podían hablar, por lo que cenaban en un silencio cómplice que auguraba una noche de charla hasta caer rendidas, pues tenían previsto a quedarse a dormir en casa de su amiga.

     Estaban disfrutando de sus hamburguesas cuando la madre de Susan llamó a su hija por teléfono para avisarla de que un técnico vendría a reparar la lavadora. En ese momento, las tres muchachas, Susan, Bea y Patricia, fueron conscientes de que se hallaban solas en la casa a las diez de la noche esperando a un empleado fuera del horario laboral. Bea y Patricia, que eran leídas y desconfiadas, encontraron ciertos paralelismos con las típicas historias que nunca acaban bien para las jóvenes que ese ven involucradas en ellas.

     Intentaban tranquilizarse cuando oyeron el timbre de la puerta, cosa que no ayudó nada, y mucho menos el hecho de que fuesen dos hombres en lugar de uno. Susan los llevó a la cocina y hablaba con ellos mientras Bea y Patricia ideaban la forma de defenderse si fuera necesario, ya que quedaba descartada la ventana de un sexto piso. Tenían preparados los vasos y los tenedores cuando Susan les anunció que debía salir en busca de un cajero para poder pagar la reparación del electrodoméstico; como cualquiera imaginaría a sus compañeras no les hizo gracia. Patricia notaba cómo su ansiedad aumentaba por momentos y al no poder aguantar la situación se retiró a la habitación mientras Bea llamaba a su novio Tom, quien no percibió el matiz de pánico en la voz de su pareja.

     Patricia asomó la cabeza cuando escuchó los gritos de Bea y no se le ocurrió otra alternativa que coger el espejo de la pared de la habitación para defender a su amiga. Estaban los dos hombres tan concentrados en acorralar a Bea que no percibieron a Patricia hasta que rompió el cristal en la espalda de uno de ellos que, lejos de desmayarse como esperaba la muchacha, montó en cólera y re revolvió contra ella. Los siguientes minutos pasaron fugazmente lentos: Patricia intentó alcanzar la puerta, pero el hombre al que había atacado la derribó con un golpe en la base del cráneo que le robó su último aliento; mientras, Bea probaba sin éxito a clavarle el tenedor en el ojo a su adversario, pero ante las tentativas de embestida de predador tropezó y cayó por la ventana del sexto piso, por desgracia un minuto antes de que Susan volviera del cajero.

     Cuando la joven entró en la casa se extrañó de no ver a sus amigas en la mesa, así que pasó a la habitación de sus huéspedes y cuál no fue su horrible sorpresa al encontrar el inerte cuerpo de Patricia sobre la cama, derramando un reguero de sangre del que Susan no se había percatado dada su naturaleza despistada.

     Todavía en estado de shock no notó cómo los dos individuos se acercaban y la atrapaban haciéndole imposible la huida. La ataron a la cama de la habitación contigua y se recrearon en la escena:

- Mmm... lástima que tus amiguitas ya no nos sirvan de nada. Ahora tendremos que compartirte.-Dijo uno de los dos delincuentes.
- Sí, hemos tenido que eliminar a ese técnico por una miseria, espero que valgas la pena.

      Susan no acababa de creerse la que le estaba sucediendo: esos hombres habían matado a un pobre empleado porque había escuchado que estarían solas en la casa, se habían colado en su vivienda, sus amigas estaban muertas y presentía lo que iba a pasar con ella a continuación. Así que, abandonada ya toda esperanza tras infructuosos intentos de escapar, se resignó al trágico final que le esperaba; sin embargo, decidió mantener la cabeza alta hasta el último momento, sin darles el gusto de verla derramar ni una sola lágrima o dejar escapar el más leve aullido.